🌿 Algunas veces, no sale como esperamos
- Elena Soldado Llamas
- 18 jun
- 2 Min. de lectura
Esta semana intentamos rescatar a un gorriato.
Lo encontraron dos niñas en medio de la ciudad. Niñas sin familia, o con familias rotas. Niñas que saben, demasiado pronto, lo que es sentirse sola, fuera de lugar, en peligro.
Vieron al pajarillo en el suelo, sin rastro de su nido ni de otros gorriones, y no dudaron. No se pararon a pensar si su familia estaría cerca. Solo supieron que tenían que ponerlo a salvo. Lo envolvieron con cuidado, lo protegieron… y lo llevaron a kilómetros de su casa.
Ese primer gesto, tan natural y valiente, fue ya un acto de amor.
Después pasó por otras manos, hasta llegar a las mías. Estaba muy débil, mojado, tembloroso. Lo sequé, lo abrigué, le ofrecí calor, silencio y papilla. Compartimos un par de siestas, algunas esperanzas, y hasta empezamos a buscarle nombre. Lo llamamos Amanu, que significa día nuevo, posibilidad, vida.
Me habría encantado contaros que ya vuela, que come solo y que planeamos su liberación. Pero esta vez no ha podido ser.
Esta mañana, tras volver del turno de noche, mi marido me dijo que no había comido nada en mi ausencia. Me acerqué, lo vi encogidito, agotado. Y entonces, ya sin luchar, lo sostuve entre mis manos y me quedé acariciándolo hasta que se fue.
No siempre se consigue.
A veces, cuidar es estar ahí… aunque no haya final feliz.
Y confieso que también me pregunto si hice bien.
¿Quizás si se hubiera quedado en su entorno, su familia habría vuelto a por él? ¿O quizás no? No lo sé. La vida silvestre tiene sus propios códigos, y las decisiones humanas siempre caminan sobre esa cuerda floja entre lo instintivo y lo compasivo.
Contarlo también me parece importante. Porque también es parte de la vida. Porque cuidar sin garantías, sin heroicidad ni recompensa, también es una forma de criar. De sostener. De acompañar.
Y tú, ¿alguna vez has acompañado una vida hasta el final? ¿Qué aprendiste?

Comments